Este verano, un amigo nos dio un pequeño gato callejero que se había acercado a su casa, que está en una zona muy boscosa llena de zorros, mofetas, coyotes y otros depredadores. Sabiendo que no podía mantener a salvo a la gata, nos pidió que nos la lleváramos y así lo hicimos. Era una gatita pequeña de unos siete meses.

Resultó ser un santo terror que se peleaba con nuestro otro gato, corría como una fiera por nuestra casa, engullía toda la comida que veía y no podía estarse quieta más de treinta segundos. Peor aún, era una mordedora empedernida que me clavó cinco afilados dientes en el costado de la mano, causándome una herida bastante grave. Era imposible acariciarla sin peligro de ser mordido.

Como no queríamos abandonarla, la castramos pensando que así se calmaría, pero apenas notamos diferencia. Después le dimos hierbas medicinales y gotas homeopáticas, pero tampoco cambiaron nada. Finalmente, se me ocurrió probar Emotion Code con ella. Fueron necesarias dos sesiones, durante las cuales liberamos nueve "terrores" atrapados junto con algunas otras Emociones Atrapadas. También le dije (por poder) que la queríamos, que tenía un hogar permanente y que siempre formaría parte de nuestra familia.

En veinticuatro horas se notó una diferencia notable en su comportamiento. Desde entonces, ha dejado de correr por la casa, come educadamente y se lleva bien con nuestro otro gato, se sienta en nuestro regazo, pide que la acariciemos y duerme cerca de nosotros por la noche. El cambio es profundo.

- Judith Albright, CECP (Colorado, EE.UU.)

Este testimonio se publicó originalmente en Practitioner Spotlight de Judith Albright.

Lea ahora el artículo completo.